Duhart-Milon: el viento de la historia
¿Cómo un corsario de Louis XV dio su nombre a uno de los vinos más prestigiosos de Pauillac? El historiador Laurent Chavier encontró la respuesta en los archivos.
¿Cómo un corsario de Louis XV dio su nombre a uno de los vinos más prestigiosos de Pauillac? El historiador Laurent Chavier encontró la respuesta en los archivos.
Los amantes del vino sabemos leer las etiquetas. ¿Pero realmente miramos los detalles? Tomemos, por ejemplo, la del Château Duhart-Milon.
En la ilustración, que data de 1898, se puede ver la propiedad, las orillas de la Gironda ricamente adornadas con árboles, y en primer plano, un barco amarrado cuyas velas están bajadas. Nada muy sorprendente, pensarán. Pero, ¿qué decir de esta bandera tricolor que flota amarrada all mástil?
Detrás de esta imagen, en apariencia muy pacífica, se esconde en realidad una historia llena de aventuras aún desconocidas. Este barco, y esta bandera, son la marca del hombre que dio su nombre al Château: Don Jean Duhart, corsario de Louis XV, que vino a terminar sus días al puerto de Pauillac.
¡Un corsario! La élite de los marineros de alta mar, a la vez comerciantes y maestros de la batalla naval, los aventureros del nuevo comercio mundial…
Sin embargo, no hay que confundir corsarios y piratas. Los piratas obraban por su propia cuenta, recorriendo los mares en busca de barcos que saquear y repartiéndose el botín, sin otro código que el del honor. Los corsarios, por su parte, operaban al servicio del rey, y obedecían a reglas muy estrictas. Solo podían actuar en tiempos de guerra, cuando una «carta de marca» les permitía capturar naves enemigas.
El nombre corsario viene del latín «corsa» – la carrera, porque se trataba de ir más rápido que el enemigo, de maniobrar para poder abordarlo, de apoderarse del barco y de sus mercancías, que se vendían después en el puerto de desembarque. El Estado recaudaba un porcentaje de estos ingresos, y los marineros enemigos capturados eran considerados prisioneros de guerra y a menudo intercambiados mediante rescate.
Se estima que en el siglo XVIII, había un poco más de 1.000 corsarios franceses. Hombres cuyo recuerdo se ha perdido, excepto el de los grandes capitanes que fueron Jean Bart, el Norteño, o Surcouf, el Malouin, apodado “rey de los corsarios“ en 1800.
Durante mucho tiempo, no supimos nada. Pero recientemente, el historiador de arte Laurent Chavier, que colabora con los Domaines Barons de Rothschild Lafite para establecer la historia del Château, encontró el rastro del señor Jean Duhart en un documento fechado en 1774 que trata del comienzo de la carrera marítima de nuestro hombre.
Este documento es una patente concedida por el Almirantazgo de Guyena, que lo consagra «capitán, maestro y patrón» de nave, y que presenta su historial de servicio.
Se lee en particular que Jean Duhart embarcó por primera vez en 1752 como voluntario, probablemente como grumete, con destino a Quebec, en el barco «La Renomée». Regresó a Canadá en 1760, en plena guerra contra Inglaterra. Y no cualquier guerra: la guerra de los siete años (1756-1763) que se desarrolló en Europa, pero también en África, América del Norte y las Antillas, donde las dos potencias extendían ya sus imperios coloniales. Los historiadores a menudo califican este conflicto de “Primera Guerra Mundial“. Ya imaginamos a Jean Duhart, marinero joven en busca de aventuras, embarcado en barco mercante, las bodegas llenas de víveres y los puentes armados con cañones para hacer frente a los barcos ingleses…
La siguiente línea nos aporta la prueba que buscábamos: muestra que en 1762 fue «quemado en carrera por la persecución de los ingleses», en el barco “L’Heureux» (El Afortunado), muy mal nombrado.
¿“Quemado en carrera»? No sabremos más de eso, pero tenemos nuestra prueba: Jean Duhart, sí era corsario.
En 1763, el Tratado de París oficializa la paz entre Francia e Inglaterra. Jean Duhart vuelve a la marina mercante. ¡Pero eso no significa el final de la aventura! Los piratas siguen merodeando por los mares, y los riesgos son constantes durante los trayectos que pueden durar varios meses. Establecido en Burdeos, Duhart está casi siempre en una misión transatlántica. Los barcos tienen por nombre «Le César», “L’Eléphant», «La Henryette», «L’Amitiés» (sic). ¿Sus destinos? Luisiana, Santo Domingo, Cayena y Martinica, con escalas en Marsella o en la costa española.
¿Pero, qué estaba transportando? La patente de capitán no lo precisa, pero sabemos que en esta época, el puerto de Burdeos se desarrollaba gracias al «comercio en línea directa» con las colonias. Los barcos llevaban vino, telas, ropa y todas las herramientas que los colonos podían necesitar. La historia obliga a decir que, a veces, también embarcaban esclavos procedentes de África, aunque esta «trata de esclavos» se desarrolló sobre todo, en Burdeos, al final del siglo. Después de unas semanas en el lugar, el barco y su tripulación volvieron al mar en dirección a Burdeos, con las bodegas cargadas de azúcar, algodón, especias, café y cacao.
«En aquella época, el vino de Burdeos ya se exporta por todas partes», precisa el historiador Laurent Chavier. «Y el vino de Pauillac es uno de los más afamados.» Además, es este vino que va a cambiar el destino de Jean Duhart. Convertido en capitán en 1774, el antiguo corsario se casó en 1778 con Suzanne Casteja, heredera de una gran familia de Burdeos que posee viñedos en el Médoc. «Se puede imaginar que Jean Duhart conoció a la familia Casteja porque sus barcos cargaban vino en el puerto de Pauillac», prosigue Laurent Chavier. Una hipótesis que se cobra fuerza cuando se lee el contrato de matrimonio de Jean y Suzanne.
Efectivamente, se descubre que el testigo del Don Duhart era Nicolas Cochon, «comerciante en Burdeos». Duhart y Cochon, dos apellidos que se encuentran en los registros de barcos mercantes en 1774 y 1777. La imagen completa comienza a tomar forma.
Los esposos Duhart se instalan en la ladera de Milon, ya un territorio de viñedos, y comienza una nueva historia.
Suzanne y Jean, es la alianza entre tierra y mar. La rica propietaria y el aventurero. Pero de su historia no se puede hacer más que una leyenda, porque después de su matrimonio, las fuentes se pierden.
¿Se retiró Jean o continuó su carrera? ¿Cómo vivieron los esposos Duhart la Revolución Francesa? Quizás algún día lo sepamos. Pero por el momento, los archivos no cuentan nada más. Su nombre se encuentra en 1806, en un conflicto de herencia dentro de la familia Casteja. No sabemos nada más hasta 1839, cuando murió Suzanne. Sobre su tumba se indica sobriamente: «Jeanne-Suzanne Casteja, viuda del Sr. Jean Duhart». Está enterrada sola.
Todo nos lleva a pensar que Jean Duhart, el joven que había buscado fortuna en el mar, también encontró la muerte. Pero es en tierra donde su recuerdo sigue vivo, en un gran vino que lleva su nombre.
Cuando Suzanne Casteja muere en 1838, el vino aún no lleva el nombre de su difunto marido. Como la pareja no tiene hijos, es el sobrino de Suzanne, Pierre Casteja, quien hereda las 14 hectáreas de viñedos. El futuro alcalde de Burdeos las reúne con otras parcelas, pero hay que esperar otros 30 años (hasta 1868) para que el vino de la finca tome el nombre de Duhart-Milon.
Estas tierras permanecerán en la familia Casteja hasta 1937. Cinco propietarios se sucederán, fragmentando la finca. En 1962, está comprada por DBR Lafite. Poco a poco, el viñedo está reformado, y a partir de los años 70, el vino recupera su esplendor. Las bodegas están renovadas en 2003. Hoy, la casa que era la de Jean Duhart ya no existe. Pero queda su nombre y su leyenda, ahora restituida.