El Periódico / Raíces

Las raíces de Château Lafite Rothschild

Ficción del primer día del Baron James de Rothschild en Pauillac.

Durante mucho tiempo, no supimos si el barón James pudo viajar a Château Lafite tras la adquisición de la propiedad en agosto de 1868 y antes de su muerte a finales de ese mismo año. Gracias a las investigaciones realizadas para nuestro Almanaque, hemos descubierto el final de la historia. Se encontró constancia de la visita del barón en un breve artículo de dos líneas, con faltas de ortografía, publicado en un importante diario de la época, Le Constitutionnel.


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Durante mucho tiempo, no supimos si el barón James pudo viajar a Château Lafite tras la adquisición de la propiedad en agosto de 1868 y antes de su muerte a finales de ese mismo año. Gracias a las investigaciones realizadas para nuestro Almanaque, hemos descubierto el final de la historia. Se encontró constancia de la visita del barón en un breve artículo de dos líneas, con faltas de ortografía, publicado en un importante diario de la época, Le Constitutionnel.

Eso despertó nuestra curiosidad por esta visita y nos llevó a pedir al novelista y poeta Bernard Chambaz que se pusiera en el lugar y entrara en la mente del barón.

“El barón James de Rothschild abandona París para dirigirse a Château Laffitte, en Médoc, propiedad que acaba de adquirir.”

Sí, soy James de Rothschild, barón, pero no importa la baronía, tengo setenta y seis años, piernas fuertes y corazón ligero, aún podría montar a caballo si quisiera, pero hace mucho que no bailo, en general estoy de buen humor porque la vida me sonríe, claro, pero también porque así es más sencillo. 

Salí al amanecer de la flamante estación de Austerlitz. Me sigue gustando viajar en tren.  En un viaje en tren, el tiempo tiene una riqueza infinita.  Nunca me aburro, ni en mi despacho ni fuera de él, pero me parece que el tren es una fuente permanente de alegría. Ya hemos cruzado el Garona y voy a cumplir un sueño que he tenido por treinta años.

Siempre me ha gustado la pintura, pero creo que los viñedos me van a gustar en igual medida. El más bello, por supuesto, es mi Rembrandt. Este cuadro un día perteneció al rey de Inglaterra.  Hoy, lo contemplo a mis anchas.  Muestra orgullo y vivacidad en su postura. Se ve que ama a su esposa Saskia.  También tiene cierta elegancia en sus tonos marrones y beige, una mirada franca, un extraordinario sombrero de plumas y unas manos que no me canso de mirar, manos de Rembrandt. 

Los pintores me gustan menos. Ingres, que en paz descanse, era vanidoso como pavo real y llorón. Pero seamos justos. Hizo un bonito retrato de Betty. Sin embargo, ¿qué necesidad tenía de decir que este cuadro era una limitación y una maldición, que tenía que volver a hacerlo «mejor» debido a su obsesión por los detalles? Cada uno tuvo su propio retratista; Betty tuvo al maestro, yo a uno de los alumnos. Después de todo, Flandrin es bastante especial.  Se dice que lo suyo eran los retratos de mujeres. Sin embargo, dio solidez y vigor, como él mismo dijo, a mi retrato. Si a veces parece un poco borroso, se debe a mi vista defectuosa. O tal vez por el vapor que empaña la ventanilla del vagón, donde mi rostro aparece extrañamente superpuesto al fondo. 

¿Qué veo en ese retrato? Un hombre ni joven ni viejo, de ojos francos, aspecto más bien imponente, cierta elegancia en el marrón y el beige de sus ropas, la mano izquierda apoyada en un bastón, un guante en la otra mano, el tipo muy clásico. Desde entonces, he envejecido; me veo como antes, solo que un poco más pequeño, menos corpulento y vigoroso.  Sin embargo, prefiero cómo me veo a través de esta novedad de la fotografía.  Disderi ha inventado un proceso para hacer tarjetas de visita y considera su actividad como una industria y como un arte. Una de sus fotografías me halaga: estoy de pie con un sombrero de copa, se diría que soy alto, tengo un bastón en la mano, pero esta vez es mi mano derecha.  Dentro de un momento, será esta fotografía la que reciba a mis invitados en el andén de la estación de Burdeos.

Mañana por la mañana tomaré el vapor que me llevará al embarcadero de Pauillac, y en diez minutos en carruaje estaré en el Château. En principio, debería quedarme allí dos días. Aprovecharé para visitar a mi sobrino Nathaniel, que ya ha adquirido los viñedos colindantes de Château Mouton. Fue el año de la primera Exposición Universal, cuando no sé quién tuvo la maravillosa idea de reunir la industria y las bellas artes, mis dos proyectos favoritos, y cuando las Cámaras de Comercio decidieron establecer la clasificación de los Cru del Médoc. Lafite era premier cru. Lafite, con una sola f y una sola t, a diferencia de mi dirección en París y del banquero al que una vez salvé de la quiebra. Lo compré por una cantidad de dinero que algunos consideran astronómica.  Así pues, será el 7 de septiembre. Me encanta la organización y me encantan las coincidencias. Llegaré el día que empiece la cosecha.

                                                               *

Dicen que “la ubicación de sus viñas es una de las más bellas del Médoc”. Esto es lo que había leído y me había gustado. Quise verlo con mis propios ojos. Así que vine de visita. Y amo lo que tengo ante mis ojos. 

Desde que pongo un pie en el muelle, todo es una gran celebración. La suavidad del aire, el brillo de la vegetación, el paso del carruaje, el camino hacia el Château. Me recibió Emile Goudal, descendiente de toda una dinastía de célebres mayordomos, su abuelo Joseph, su padre Monplaisir, una garantía sin igual. Me causa muy buena impresión. Una persona con los pies en la tierra, ojos brillantes y con un acento cantarín que hace que se me escapen algunas palabras. Me da explicaciones y evito interrumpirle con preguntas tontas. Fite es una palabra gascona que significa «colina», por lo que «La fite» es «la colina». Y sus onduladas colinas son un muy buen atributo. En pocas frases, como sacadas de un libro de historia, me confirmó lo que me habían asegurado antes de la venta: que el marqués de Ségur se había abocado a elevar la calidad de sus vinos y había sabido promocionarlos; que el productor de cereales holandés Vanlerberghe no se había desviado de los principios y que “los propietarios no habían escatimado en gasto alguno para llevar al más alto grado de perfección los esmerados cuidados que requieren el viñedo, la vinificación y los vinos en bodega”. 

El traspaso tuvo lugar hace un mes, el 8 de agosto. Fue una venta pública muy animada; dos de mis abogados subieron la apuesta contra la coalición de comerciantes de Burdeos. La descripción de los bienes comunes es un anticipo de la felicidad que nos prometió la Ilustración: “Tiene una gran bodega, una sala de cubas con veintidós cubas, una tonelería, un granero, un establo para seis caballos, un cobertizo para cuatro carruajes y un patio para ocho yuntas de bueyes.” El viñedo tiene 63 hectáreas; pero no me olvido de las 73 áreas y 60 centiáreas, ya que soy responsable de la creación de una asociación internacional para la normalización de pesos, medidas y monedas.

A continuación, Goudal explica las razones de la inusual calidad de esta tierra, un suelo formado por grava, arcilla y arena, de muy buen drenaje, ideal para las variedades Cabernet y Cabernet Sauvignon de características notas de grosella negra. Tras esta presentación, caminamos un poco por la colina, entre hileras de viñas, antes de volver a bajar. Inmediatamente, me lleva a recorrer las bodegas, admirar las cubas y tocar las barricas. 

Al mediodía disfruto de la sombra bajo el mayor de los dos grandes cedros de la enorme terraza, desde la que tenemos una vista espléndida. Me imagino las marquesinas que podremos montar allí para las recepciones y la tranquilidad cuando las desmonten. Sé que el Château es de estilo Luis XIII, pero tiene una elegancia que se aleja de la simetría y la grandeza típicas, y la capa de pintura beige de la fachada tiene una sobriedad agradable. La planta baja cuenta con numerosas habitaciones y dependencias, incluida una sala de billar. El segundo piso tiene una decena de habitaciones con baño, cuartos de servicio, un cuarto de ropa blanca, un cuarto de planchado y un cuarto de frutas. La propiedad tiene además humedales, patos y becadas que aún se podrán cazar, plantaciones de acacias para atar las viñas, jardines de recreo y huertos. El lugar es tan idílico que puede que acabe viendo crecer las plantas como Napoleón en su destierro en Santa Elena. 

Según el gerente, varias cosechas son excepcionales. Desde mi nacimiento, las cosechas destacadas son 1795, 1798, 1801, 1802, 1814, 1815, 1818, 1834, 1841, 1846, 1847, 1848, 1858, 1864. La lista incluye tanto vinos de lujo como otros con menos pretensión, pero igualmente sobresalientes. Habitualmente llevo la cuenta de los haberes bancarios y de los caballos que han ganado el Prix du Jockey Club. Hoy, sin embargo, pienso en las horas y los días que podría pasar aquí. 

An original portrait of Baron James de Rothschild, which hangs in the salon at Château Lafite Rothschild.
Reproduction in miniature of the portrait (Ingres, 1848) of Baron James’ wife Betty de Rothschild, who retired to the Château after her husband’s death in 1868.

El año 1868 ya ha empezado bien con el descubrimiento del hombre de Croon financiado por un joven banquero londinense, el nacimiento de mi sobrino nieto Lionel Walter que dará el nombre de Rothschild a la jirafa de cinco cuernos descubierta durante una de sus expediciones africanas, y la apertura al público de la línea ferroviaria del Mont Cenis. El año sigue a buen ritmo; los negocios van viento en popa y nuestro país brilla con la nueva Exposición Universal, donde disfruté de un dulce Tokay en el pabellón austriaco y monté en un ascensor con freno de seguridad de fabricación estadounidense. 

Todo esto no impide que me preocupe por el ruido de las botas en Prusia y que haya descartado una vez más a ese granuja de Bismarck. Nunca olvidaré el bombardeo de Frankfurt en 1796, cuando yo tenía cuatro años. El mero recuerdo del sonido del cañoneo, la visión de las llamas, el olor a carne quemada, la angustia de la gente, alimentaron mi odio por la guerra. Tampoco olvidaré nunca las alegrías de la numismática heredada de mi padre. Tuvo la idea de hacer un catálogo de las monedas antiguas con las que comerciaba. Con la dote de mi madre, había acumulado así un fondo considerable, lo que mi primo tercero, Karl Marx, llama acumulación primitiva en su crítica de reciente publicación, El Capital. Asimismo, mi padre había podido realizar con éxito operaciones bancarias que condujeron a la emancipación de los judíos y a la igualdad de derechos civiles. 

A decir verdad, no suelo leer a los grandes filósofos, ni siquiera a los alemanes, y no distingo realmente entre razón pura y razón práctica. Pero nadie me quitará la idea de que Kant tiene razón cuando ensalza las virtudes del cosmopolitismo. Si tengo que leer, leo el Diario del Ferrocarril y una novela al año. Los hermanos Lévy me enviaron a principios de este año su flamante Balzac en ocho volúmenes, encuadernado en cuero, ilustrado, con el pretexto de que Balzac me había tomado como modelo para su barón de Nucingen. Me hace gracia lo mucho que nos permite calibrar la imaginación, a veces extravagante, de los novelistas y la miopía de los críticos. Por otra parte, no tengo nada que decir sobre la expresión «rico como Rothschild», que debo a un tal Stendhal, que no me debe nada.

En cuanto a los poetas, he tenido mi cuota. Heine, otro primo en tercer grado, tenía los ojos puestos en Betty. No soy estrecho de miras, pero se consoló con una mujer de clase obrera que vendía zapatos. Su tío Salomon, banquero, resumió el tema en una frase con la que estoy de acuerdo: «Si hubiera aprendido algo útil, no tendría que escribir libros.» A los músicos les tengo pena. Si hubiera tenido el valor, antes de tomar el tren, habría cruzado París para visitar al pobre Rossini, sumido en la enfermedad, que bromeaba diciendo que ya no componía, sino que se descomponía. Un caso contrario es de la cantante Adelina Patti, quien se casó el 31 de julio vestida de satén blanco, con un escudero del emperador muy afortunado en la vida. Según Le Figaro, que sabe de música, pronto estará de nuevo en escena, interpretando el papel de Rosina. Los periódicos suelen estar bien informados.  Un breve artículo del diario Le Constitutionnel había anunciado mi partida hacia el Médoc.  Me pregunto si otro anunciará mi regreso. 

*

Me despedí de mi nuevo Château y de mis viñedos con un poco de pesar.  Me prometo volver pronto, con mis hijos, y con Betty si le gusta la idea.  Antes de mi partida, reuní a nuestros viticultores para expresarles mi confianza y mis exigencias.  Añadí que construiría una escuela para sus hijos y que mis reprimendas nunca serían demasiado duras. 

En el embarcadero, me sentí ligeramente mareado. Parece que tengo la tez amarilla. Nunca me ha gustado mirarme al espejo, no voy a empezar hoy. Pero este color me recuerda a los buenos tiempos en que yo era pelirrojo y, por la misma razón, a la época de mi juventud en que teníamos que llevar un distintivo en la manga. Amarillos también son los reflejos del sol en la viña, amarillas las botas del comerciante van Heythuysen sobre el Frans Hals que compré hace un tiempo, amarillas las paredes del salón donde pasé la tarde descansando tras la visita a los viñedos, amarillos los canarios en la jaula de mimbre de la habitación de los pájaros. Amarilla era también la piña confitada que había traído de Niza para Patti en agradecimiento por el recital que nos había ofrecido. Amarilla finalmente la guitarra de nogal de nuestro pobre Salomon.  

Según el Dr. Louis, mi complexión se explica por un ataque de ictericia, provocado por un hígado frágil y mis picores serían los síntomas. Apenas vuelva a París, iré al médico. Pero realmente tengo la impresión de que, si todo ha ido rápido durante mucho tiempo, ahora las cosas van más rápido todavía.  Ya estaba viejo. Ahora estoy enfermo. Ya veremos qué pasa y qué botella de vino tendré el placer de beber con mis hijos, a mi salud primero y luego a la de ellos. 

De momento estoy vivo y bien.  Estoy a punto de cruzar el Garona, en la otra dirección, y sus aguas me parecen más marrones que a la ida.  Me han dicho que se debe a las tormentas río arriba y que son bastante frecuentes en esta época del año.  Esta misma mañana, los viticultores me han vuelto a recordar lo mucho que hay que vigilar el cielo. 

Goethe, que creció muy cerca de mi casa, lo dijo antes que yo:  «En todas las cosas, es mejor tener esperanza que perderla.» Pero también se le atribuyen las palabras con las que comienza el homenaje a Delacroix el día de su funeral:  «Caballeros. Los muertos se van deprisa.» 

  

   

«Caballeros.
Los muertos se van rápido.»

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