Matices de luz, matices de vinos
Adaptarse a la luz.
La luz y la sombra marcan el ritmo de nuestros viñedos, del norte al sur, temporada tras temporada. De la luz depende todo el trabajo en nuestros viñedos. Cada día empieza y termina bajo su influencia, afectando directamente el crecimiento de las vides y el manejo de los viticultores. Según las estaciones, el clima y la ubicación de cada parcela, nuestros equipos adaptan sus acciones para responder a estos cambios continuos.
Desde las regiones secas de Chile hasta las colinas ondulantes de Borgoña, desde las vastas mesetas chinas hasta las cumbres argentinas, ¿tiene la luz el mismo impacto? ¿Cómo influye en el crecimiento de las vides, pero también en los aromas y la calidad de las bayas?
Les invitamos en nuestros viñedos a explorar esta relación compleja entre la luz y la vid, y su influencia en la personalidad de cada vino.
Un viaje donde todo es cuestión de equilibrio.
En las alturas de Mendoza, la tierra argentina se eleva hacia el cielo, y las vides, plantadas a más de 1,300 metros, dialogan con los astros. Esta altitud aporta una luz pura, sin que sea abrasadora, y temperaturas más frescas: los dos fenómenos combinados ralentizan el crecimiento de la vid. Este lento proceso de maduración hace que la piel de las uvas sea más gruesa, lo que aporta más aromas y sabores al vino extraído.
«Te ilumina sin quemar, nunca. A esta altitud, retrasa la madurez y confiere a los vinos una frescura increíble.»
Olivier Tregoat, director técnico de Domaines Barons de Rothschild Lafite, describe precisamente el papel de esta luz tan particular: “Te ilumina sin quemar, nunca. A esta altitud, retrasa la madurez y confiere a los vinos una frescura increíble.» La adquisición del viñedo San Pablo en 2021 fue un testamento a la importancia de esta extraordinaria luminosidad. El viñedo, ubicado a 1,350 metros de altitud, es decir, 400 metros más alto que las tierras históricas de Bodegas CARO, se hicieron numerosas investigaciones para estudiar como la altura moldea nuestros vinos.
Es gracias a esta atmósfera que el Malbec toma toda su dimensión: solar, denso, opulento, profundo, expresivo… en suma: argentino. ¡Por algo se dice que Mendoza es “ la tierra del sol y del buen vino”!
Al otro lado de los Andes, Chile revela otro rostro del sol.
Allí, es el océano Pacífico frío el que habla. Las temperaturas más frescas, especialmente por la noche, alargan el ciclo de la vid. De hecho, el período entre el envero – cuando los granos de uva se hinchan y cambian de color – y la cosecha es más largo que en otros terroirs. Si bien se hacen desear, una vez cosechadas, las uvas no dejarán de revelar los aromas más complejos de nuestro Cabernet Sauvignon.
«Para producir un buen Chablis, se necesita un equilibrio delicado»
Ahora nos dirigimos al hemisferio norte: en Borgoña, en el noreste de Francia, el sol se muestra más discreto, casi cómplice. “Aquí, la luz toma su tiempo, se filtra a través de las nubes, suave y envolvente“, explica François Ménin, jefe de cultivo en el Domaine William Fèvre. “Para producir un buen Chablis, se necesita un equilibrio delicado: no demasiado lluvia, no demasiado calor, y una temperatura moderada, idealmente entre 24 y 26 grados. Si las condiciones son demasiado húmedas o calurosas, puede afectar no solamente el crecimiento de la vid, sino también la calidad de las uvas y, en última instancia, del vino.
François sabe que hay que jugar con la luz y adaptarse a ella. En invierno, cuando es escasa y el frío reina, los equipos de William Fèvre reparan los postes y los alambrados para reforzar los hilos y estacas que sostienen la vid. También re-injertan las plantas muertas congeladas por el frío, con el fin de mantener una densidad de plantación óptima.
En China, los inviernos a veces son extremadamente duros. La mayoría de los viticultores chinos tienen la tradición de enterrar las cepas de vid para protegerlas del frío, pero las plantas en Long Dai escapan de esto, gracias a la suavidad del clima de la región de Shandong.
El ritmo de los viticultores sigue la cadencia dictada por la luz.
Sea cual sea el hemisferio, durante el verano, los días empiezan temprano. “Empezamos a las 6 de la mañana para evitar el calor abrasador de la tarde“, explica Olivier Tregoat.
En Francia, como en Chile o Argentina, los viticultores están en los viñedos desde el amanecer. Las primeras horas se dedican a trabajos esenciales, como el levantamiento del alambrado y el deshoje, cuando la temperatura aún es benigna. El objetivo es aprovechar cada momento fresco, ya que, una vez que se instala la tarde, el calor se vuelve difícilmente soportable; así, terminan su día de trabajo alrededor de las 14:00, para protegerse de las altas temperaturas, dejando a las vides en paz.
En invierno, el ritmo cambia. “Empezamos a las 8. ¡El invierno nos deja dormir más tarde en comparación con el verano!«, bromea François Ménin. En esta temporada, los días se acortan, la luz es menos intensa y el trabajo se adapta. Los viñedos, en reposo vegetativo, requieren cuidados diferentes. La poda se convierte en la tarea central, necesitando minuciosidad y regularidad, ya que cada gesto es determinante para la siguiente temporada. Entre las otras actividades invernales, se encuentra el arado del suelo, que favorece la infiltración del agua, y la aplicación de compost y fertilizantes, para enriquecer el suelo con nutrientes esenciales. Finalmente, los sarmientos cortados se trituran y se devuelven al suelo, asegurando así un aporte orgánico natural y continuo. El ritmo es más apacible, y las noches de los viticultores se alargan… hasta que regrese la luz.
Hay un mundo de diferencias entre trabajar bajo el sol de las viñas y trabajar en la sombra de las bodegas.
Olivier Tregoat no carece de humor sobre este tema: “En verano, se reconoce rápidamente a quien trabaja en las viñas por su bronceado agrícola marcado, a diferencia de los maestros de bodega que permanecen en la sombra, protegidos“. La luz, omnipresente en las viñas, exige que cada viticultor se adapte, mientras que la sombra de las bodegas, preservada y controlada, ofrece un contraste reconfortante.
Las cavas son santuarios donde la luz se hace discreta, reducida a lo esencial para no perturbar la tranquilidad de las barricas. “Con el aire acondicionado que mantiene los vinos a 14-15°C, trabajar en las bodegas es mucho más cómodo en pleno verano“, sonríe Olivier. El invierno transforma las viñas en un terreno casi hostil, exponiendo a los trabajadores a un frío a menudo duro, mientras que las bodegas siguen siendo un refugio estable y acogedor para quienes se afanan allí.
Así, la sombra y la luz cohabitan en un mismo lugar, en el cual cada colaborador ocupa un espacio de especialización. El ritmo de la luz también guía sus decisiones y su estado emocional, en un péndulo sutil entre naturaleza y conocimiento.
¿qué sería el vino sin la luz?
Galileo decía: “El vino es la luz del sol atrapada en el agua.»
Una frase que resuena en François y Olivier. “Cuando bebemos un vino, bebemos un poco de esa luz que nutre la vid», explica Olivier. “Incluso nos volvemos luminosos nosotros mismos», añade con un ojo risueño. Cada botella encierra una porción de esta energía solar, transformada en aromas, texturas y recuerdos del año transcurrido.
«El vino es la luz del sol atrapada en el agua.»
François ve en el vino una verdadera alquimia. “La luz, el calor, la variedad de uva: todo se combina para crear algo único. El vino es el sol hecho tangible, es la historia de un año capturada en una botella.“
Y ese sol no necesariamente tiene el mismo sabor en América Latina, donde la luz rica e intensa da origen a vinos potentes y concentrados, mientras que en Borgoña, más suave, ofrece vinos más delicados.
Los viticultores son los guardianes de esta luz. La buscan, la miden, la captan y a veces, la limitan. Hasta ofrecernos un poco de este sol en cada copa.